La Iglesia del Pacto, enraizada en el cristianismo histórico, confiesa un solo Dios como Padre, Hijo y Espíritu Santo. El Espíritu Santo continúa la obra creativa del Padre y la obra redentora del Hijo dentro de la vida de la Iglesia.

Por esta razón la Iglesia del Pacto ha enfatizado la obra continua del Espíritu Santo.

 

De acuerdo con el Evangelio de Juan, el Jesús terrenal prometió que el mismo Espíritu de Dios que permaneció sobre él (Jn. 1:32) un día vendría a morar en sus discípulos como uno de los resultados de su crucifixión y resurrección. El Espíritu mora con vosotros dijo, y estará en vosotros (Juan 14:17).

 

El Nuevo Testamento afirma que el Espíritu Santo trabaja tanto en los individuos como entre los individuos. Es el Espíritu Santo que acerca a quienes están lejos y distantes, haciéndonos uno en Cristo (Efesios 2:11-22).

Es el Espíritu Santo que agita en nosotros un profundo sentido de afecto familiar unos con otros, llevándonos a amarnos los unos a los otros (1 Corintios 15:58).

Porque Cristo ha llegado a ser nuestro hermano (Romanos 8:29) es que juntos somos hechos miembros de la familia de Dios (Efesios 3:14-16).

 

El Espíritu de Dios en nosotros gime Abba, al ser adoptados en la familia de Dios como hermanas y hermanos los unos con los otros (Gálatas 4:4-7). Es el Espíritu Santo, Pablo asegura, que nos permite tener un sentido de unidad y propósito común entre los cristianos (Filipenses 1:27; 2:1-2).

 

La comprensión que el Pacto tiene del Espíritu Santo, fundamentada

en el Nuevo Testamento, está también informada de la idea de la Reforma de que palabra y Espíritu son inseparables. Es el Espíritu de Dios que da vida a la predicación del evangelio y otorga eficacia a los sacramentos en la comunidad de fe.

 

El Pacto también extrae de su herencia pietista su comprensión del Espíritu Santo. Creemos que es obra del Espíritu Santo poner en el corazón humano el deseo de volverse a Cristo. Creemos que es obra del Espíritu Santo asegurar a los creyentes que Cristo mora en ellos. Creemos que es el Espíritu Santo, en concierto con nuestra obediencia, quien nos conforma a la imagen de Cristo (Romanos 8:28-29).

 

La Iglesia del Pacto cree que el Espíritu de Dios está activo y sopla

donde él quiere (Juan 3:8). El Espíritu es el actor preveniente en el drama de la salvación, el que crea el hambre para la vida en Cristo, y el que satisface esa hambre. Nos sorprendemos muchas veces ante la manifestación de los propósitos divinos, conscientes que nuestros caminos y pensamientos no siempre son los caminos y pensamientos de Dios.

 

La Iglesia del Pacto cree con Pablo que el Espíritu Santo otorga dones espirituales a los creyentes con el propósito de servir a la comunidad cristiana que es el mismo cuerpo de Cristo.

Como una Iglesia de creyentes, el Pacto ha valorado el concepto de la Reforma acerca del sacerdocio de todos los creyentes, y lo ve enraizado en la idea de la mutua interdependencia expresada en la noción paulina del cuerpo (1 Corintios 12:12-31). El Espíritu otorga dones a cristianos individuales para el beneficio de otros, no para el beneficio de quien recibe el don. Es el plan de Dios por medio de la obra del Espíritu que en el cuerpo de Cristo nos necesitemos unos a otros.

 

En concordancia, mientras que el Pacto reconoce la legitimidad de todos los dones espirituales, históricamente no ha sido marcada por un énfasis en un don o un tipo específico de dones espirituales. Esta profunda confianza en la tierna dirección del Espíritu ha sido parte de la identidad del Pacto a través de los años.

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