Cuando la Iglesia del Pacto afirma que es evangélica, proclama que el nuevo nacimiento en Cristo Jesús es esencial. Enseñamos que por la muerte y la resurrección de Jesucristo, Dios conquistó el pecado, la muerte y al diablo, ofreciendo perdón de pecados y asegurando vida eterna a quienes siguen a Cristo.4 El nuevo nacimiento es más que la experiencia de perdón y aceptación. Es la regeneración y el don de la vida eterna. Esta nueva vida tiene las cualidades de amor y justicia, así como de gozo y paz.

 

Jesús le dijo a Nicodemo, El que no naciere de nuevo no puede ver el

reino de Dios (Juan 3:3). Entrar al reino no es sólo tener una correcta relación con Dios sino alistarse en el servicio de Cristo. Los propósitos de Dios incluyen la transformación de las personas, como

también la transformación del mundo de Dios en un espacio de verdad, justicia, y paz.

 

Como iglesia evangélica creemos que la conversión resulta en vida eterna. La conversión puede ser definida como el acto mediante el cual la persona se vuelve, con arrepentimiento y fe, del pecado a Dios. La conversión incluye un consciente rechazo de la vida de pecado e involucra un compromiso de fe.

The Journey: A Leaders Guide for Discipleship/Confirmation (Chicago; Covenant Publications,

2001).

 

La vida eterna no se otorga sólo por asentir con los credos, sino mediante un compromiso personal con Jesucristo.

Tan alta doctrina de la conversión no significa que todos los creyentes

deban tener dramáticas experiencias de conversión. Aunque nadie recuerda el momento de su nacimiento físico, la vida presente es una evidencia de que eso ocurrió. Así, una persona puede ser verdaderamente convertida, aunque no tenga memoria del momento de su nuevo nacimiento.

 

La vitalidad de la vida es la prueba del nacimiento, no su memoria o recuerdo. Es la voluntad de Dios que todos sean salvos: El Señor no retarda su promesa, según algunos la tiene por tardanza, sino que es paciente para con nosotros, no queriendo que ninguno perezca, sino que todos procedan al arrepentimiento (2 Pedro 3:9).

 

Sin embargo, es sólo por medio de la gracia de Cristo que podemos ser salvos. Nuestro Salvador declaró, Yo soy el camino, la verdad, y la vida. Nadie viene al Padre sino por mí (Juan 14:6).

Los apóstoles acordaron: Y en ningún otro hay salvación; porque no hay ningún nombre bajo el cielo, dado a los hombres, en que podamos ser salvos (Hechos 4:12).

 

La Iglesia del Pacto comparte la preocupación de Dios por la salvación de todos, pero acepta la palabra de Dios que afirma que sólo los convertidos a Cristo Jesús serán salvos.

El nuevo nacimiento, sin embargo, es sólo el comienzo de la vida cristiana. Crecer hacia la madurez en Cristo es un proceso, llamado santificación, que toma toda la vida. Ser formado en Cristo es la meta, tanto para los individuos como para las comunidades de creyentes.

 

El Apóstol Pablo agonizaba, como una mujer dando a luz, para que los creyentes pudieran demostrar el carácter de Cristo y su bondad en todo su ser (Gálatas 4:19).

En este peregrinaje de ser transformados por el Espíritu Santo a la semejanza de Cristo, el pueblo de Dios experimenta y expresa su amor a Dios y a los demás. El crecimiento espiritual saludable y efectivo se da en el contexto de relaciones, tanto dentro como fuera del grupo. El resultado deseado de este proceso de formación está descrito por el Apóstol Pablo: hasta que todos lleguemos a la unidad de la fe y del conocimiento del Hijo de Dios, a un varón perfecto, a la medida de la estatura de la plenitud de Cristo (Efesios 4:13).

 

Ser discípulo de Jesús implica costosa obediencia a todas sus enseñanzas. Tal obediencia, junto a la obra del Espíritu en nosotros, nos equipa para hacer el trabajo del reino, dando testimonio del evangelio y sirviendo a otros en el nombre de Jesús.

 

Aunque no hay un estado de perfección final en esta vida, hay un proceso de crecimiento de principio a fin. Este proceso es tanto un don de Dios como un don de la vida misma (Gálatas 3:3). Junto a los dones de la vida y del desarrollo, el hijo de Dios recibe los dones de la seguridad de la salvación y de la confianza en la fe. El Apóstol Pablo declara: estando persuadido de esto, que el que comenzó en vosotros la buena obra, la perfeccionará hasta el día de Jesucristo (Filipenses 1:6).

 

Así como no hay nuevo nacimiento sin arrepentimiento y fe, no hay

desarrollo espiritual sin una vida de disciplina. Disciplina es el cultivo y el cuidado de la vida espiritual en sus dimensiones personal y corporativa. La adoración pública, la participación en los sacramentos, la oración, el estudio de la Biblia, el servicio a otros, la mayordomía, la comunión y otras disciplinas espirituales, todas incrementan el desarrollo cristiano.

Una vida de disciplina nos prepara individual y comunitariamente para un apasionado compromiso con la obra de Cristo en nuestro mundo.

Es por medio de la gente transformada que Dios transforma el mundo. Por eso es que somos llamados a nueva vida.

Una vida de disciplina evita, por un lado, la indiferencia moral y espiritual, y por otro, el legalismo opresivo.

En su carta a los Efesios, el Apóstol Pablo declara: En cuanto a la pasada manera de vivir, despojaos del viejo hombre, que está viciado conforme a los deseos engañosos, y renovaos en el espíritu de vuestra mente, y vestíos del nuevo hombre, creado según Dios en la justicia y santidad de la verdad (Efesios 4:22-24).

Aunque la búsqueda de una vida santa no nos gana el favor de Dios, sí le agrada. Permite que el Espíritu llene al cristiano con gozo y haga del cristiano un agente efectivo de reconciliación.

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